Cuando el chef peruano Mitsuharu Tsumura era un niño, en su
casa se preparaban siempre parado
almuerzos. Uno para su papá y otro para el resto
de la familia.
Al igual que sus antepasados en Osaka, el señor Mitsuyuki
sólo comía japonés. Su lado de la mesa era una sobria exhibición de texturas naturales,
elegantes cortes de pescado y arroz sin sal.
A dos sillas de él, en cambio, sus hijos almorzaban
envueltos en los aromas exuberantes de sus aderezos peruanos.
Un lado y otro de la mesa parecían tan distantes como los
dos extremos del Pacífico que bañan las costas de Perú y Jasabores de sus
nostalgias.
"¿Cuándo llegará el día en que comas como el resto de
nosotro increpaba su mamá a su papá.
La inusual historia de una bebida peruana que consumen
millones en Asia
Sin embargo, fue en la intimidad de esos almuerzos de
apariencia irreconciliable que empezó a
cocerse una de las expresiones más
modernas y exitosas de la cocina peruana: la nikkei.
Y aquel niño que con timidez pescaba una lámina de
sashimi del plato de su padre para rociarla con ají y limón, se convertiría
años después en su abanderado.
La familia Tsumura, como cientos de miles de aventureros,
refugiados, cautivos y buscavidas de las cuatro esquinas del mundo, aprendieron
a unir sobre una mesa los condimentos de la nueva patria con los sabores de sus
nostalgias.



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